Verde Prato, dulce rebelde

Verde Prato, dulce rebelde

Texto: Manuela Estel / Fotos y videos: Verde Prato
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Con su proyecto Verde Prato, Ana Arsuaga ha creado un universo musical singular e inclasificable, que la ha llevado a recorrer toda Europa.

Era una tarde de 2019 en Bilbao, Ana Arsuaga buscaba con urgencia un nombre para subirse al escenario. Acababa de aceptar, por primera vez, tocar en solitario en un concierto de música experimental. Pero no quería usar su nombre real. “No quería que viniera toda mi gente”, cuenta. Por eso necesitaba un nombre ambiguo, que no revelara nada sobre quien lo portaba: que pudiera ser mujer o hombre, solista o banda.

En ese instante, resurgió en su memoria una imagen: en las paredes de la casa familiar en Tolosa siempre había colgado un cartel antiguo, de una obra llamada Verde Prato, creada por su madre cuando Ana aún era niña. Sin pensarlo dos veces, Ana tomó el seudónimo y se lanzó de inmediato a componer tres canciones.

Seis años después, ‘Neskaren Kanta’, la canción improvisada para aquella noche, ha acumulado casi dos millones de reproducciones en Spotify y el nombre ‘Verde Prato’ resuena en salas de concierto y festivales por toda Europa.

Esa es, en esencia, la paradoja de Verde Prato: una música nacida desde la discreción, pero impulsada por una voz imposible de ignorar. Un proyecto sin igual, tan íntimo como universal en sus raíces.
Un camino inclasificable

Definir el estilo musical de Verde Prato nos llevaría demasiado tiempo. Ella tampoco lo sabe con certeza; después de dudar y esbozar una sonrisa, lo resume así: ecléctico. ¿Y cómo no? Ana Arsuaga creció en el eclecticismo.

Su madre era profesora de teatro. Su padre, pintor de casas. Este último le transmitió la afición por los libros y la música. Sin embargo, fueron sus tías, pianistas, quienes, desde muy joven, la sentaron frente al teclado. En la casa de los Arsuaga, los mil colores del arte se manifiestan constantemente y en todas sus formas.

Desde pequeña, Ana ya se sentía diferente. Devoraba libros, prefería las películas en su versión original y cada vez estaba más alejada de los gustos de sus amigas y amigos. “Tolosa es pequeña. Es fácil sentirse fuera de lo común. Me entraron ganas de irme, de ver algo diferente.” El arte se convirtió primero en su refugio; y pronto, en camino.

Tras el bachillerato, estudió Bellas Artes en Bilbao, y en esa época, junto con dos amigas formó Serpiente, un trío libre y ruidoso. “Disfrutamos mucho creando música, el resultado nos daba igual.” El grupo exploraba una versión muy personal del post-punk, bebiendo de Jayne Casey, Cate Le Bon y Siouxie and the Banshees. “Ser un grupo de chicas lo cambiaba todo. No había expectativas. Ni objetivo concreto. Solo ganas de crear.”

El artista Jon Mantxi la vio en un concierto de Serpiente y la invitó a tocar en solitario. Así nació Verde Prato. Con las tres canciones que interpretó aquella noche, sentó las bases de un universo singular y diverso: ‘Neskaren Kanta’, un reguetón espectral; ‘Mutilaren Kanta’, un encantador conjuro; y ‘Galtzaundi’, una canción popular tamizada por el filtro de la electrónica minimalista. Las invitaciones no tardaron en llegar y comenzó a tocar con regularidad. No paró de dar conciertos: de Tolosa a Praga, y de las Azores a Londres. Y, casi sin darse cuenta, Ana Arsuaga llevó consigo a Verde Prato —¡y el euskera!— a todos esos rincones.

«Más tarde, su madre le contaría que Verde Prato era el título de un cuento de Giambattista Basile, en el que la princesa salva al príncipe.»

Sobre el escenario, una obra completa y reivindicativa

Más tarde, su madre le contaría que Verde Prato era el título de un cuento de Giambattista Basile, en el que la princesa salva al príncipe. Difícil dar con algo mejor: desde el inicio, Ana trazaba su propio camino. Su radical propuesta mezcla aguas de distintas fuentes: el bertsolarismo, el canto litúrgico y la performance contemporánea.

Cuando empezó, una nueva ola artística sacudía ya el País Vasco, y ella también bebió copiosamente de esa corriente. Cita especialmente a Mursego: “Tocaba el violonchelo, hacía bucles, añadía electrónica… Era muy potente, innovadora, me marcó.” En su grupo, Serpiente, todo estaba permitido. Así que, ¿por qué no dar rienda a esa pulsión experimental? “Pensé: si tengo ganas de hacer reguetón, lo haré. Si me gusta el flamenco, lo meteré en una canción.”

El hilo rojo de Verde Prato es el minimalismo. Sube sola al escenario, sin adornos ni acompañantes, e impone una presencia magnética. Un teclado, un looper y una voz desnuda que juega con los espacios extremos. Casi nada —y, al mismo tiempo, todo un mundo.

Su creatividad es innata, casi orgánica. Pero no deja nada al azar, ni siquiera el vestuario. Ana trabaja con una amiga diseñadora de moda para crear siluetas sorprendentes. “No quiero que se vea solo a una chica cantando. Quiero que el público sienta un proyecto completo. Algo teatral, estético. Casi plástico.”

También lleva al escenario una reivindicación política y feminista. “Soy mujer, compongo sola, subo sola al escenario. Como espectadora, yo también quería ver eso». Cantar en euskera no fue una decisión tan meditada al principio. Le resultaba natural escribir en la lengua materna. “¡Pero ver a gente bailando en toda Europa al son de mi lengua es un sueño hecho realidad! Ahora, esa elección tiene un peso enorme para mí.”

La dulzura como manifiesto

Verde Prato ha grabado su último disco, “Bizitza Eztia”, en Roma, junto al productor Donato Dozzy, una figura clave de la electrónica minimalista. A la sombra de Italia, parte de sus propias vivencias para explorar una idea muy personal de la dolce vita.

“Pero esa dulzura tiene que estar al alcance de todo el mundo. Si no, no es una verdadera dolce vita.” Porque detrás de la delicadeza electrónica emergen temas de mayor peso: la necesidad de un mundo más inclusivo, la libertad, el feminismo, la presión social que recae sobre las mujeres.

Este último disco encarna plenamente las tres palabras con las que Ana Arsuaga ha conseguido, por fin, definirse: “Chica. Dulce. Radical.”

Baraja Fournier: de cantar y de Hordago

FOURNIER

Texto: Naia Zubeldia / Fotos: Mito
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Las primeras partidas de mus se jugaron en el corazón de Gipuzkoa. Las primeras menciones al póquer vasco datan del siglo XVIII.

En 1756, por ejemplo, el padre Larramendi escribió en su obra Corografía o descripción general de la muy noble y leal Provincia de Gipuzkoa: «Mus. Así llaman al muy divertido juego de cartas y auténticamente vasco.»Las palabras empleadas en las partidas no han cambiado desde entonces y son todas en euskera: hordago, enbido, eduki, etc.

Heraclio Fournier (1849-1916)
Fábrica Fournier en Vitoria, finales del siglo XIX.

Heraclio Fournier: rey de la baraja
Heraclio Fournier, originario de una familia de impresores franceses, decidió, a sus 19 años, en 1870, abrir un taller de litografía en Vitoria. Siete años más tarde, pidió al pintor Díaz de Olano y al profesor de la escuela de arte local que creasen diseños para el juego vitoriano. Sin darse cuenta, Fournier sentó las bases de un juego de cartas de sorprendente grafismo, conocidas también como la «baraja española».

Partida de Mus, Ramiro Arrue (1892-1971) – Museo Vasco de Bayona

A los cuatro vientos del mundo
El éxito de las cartas Fournier no se limitó al Mus. La marca siguió creciendo y diversificándose hasta conquistar nuevos mercados. En 1986, Naipes Heraclio Fournier SA se fusionó con The United States Playing Card Company, consolidándose como líder mundial en el sector de las cartas de juego.

Antiguo logotipo de la empresa Fournier, con su taller en Vitoria.

«A pesar de su expansión internacional, Fournier nunca renunció a sus raíces.”

Incluso a día de hoy, sigue produciendo sus cartas en Álava y abasteciendo casinos de todo el mundo. De la mano de la diáspora vasca, estas cartas se barajan en campeonatos de Mus de todo el mundo, desde Buenos Aires hasta Vancouver y Sídney.

Las cartas Fournier son el emblema de una maestría inigualable. Mantienen viva una tradición que se remonta a siglos, mientras se adaptan con arte al mercado global. La partida comenzó hace tiempo pero está lejos de terminar.

“Ombuaren Itzala”: Rescatando a Otaño del olvido, bertsolari y poeta vasco

“Ombuaren Itzala”: Rescatando a Otaño del olvido, bertsolari y poeta vasco

Texto: Manuela Estel / Fotos: Ombuaren hitzala
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Otaño y su legado regresan a Euskal Herria gracias a la fuerza colectiva del auzolan.

«Ombuaren Itzala» es una película dirigida por el actor y cineasta Patxi Bisquert que rescata la vida y obra del bertsolari y poeta Pello Mari Otaño Barriola (Zizurkil, 1857 – Rosario, Argentina, 1910).

Aunque Otaño fue una importante figura en la cultura vasca, su memoria se fue desvaneciendo con el paso de los años. Esta producción de Eguzki Art Zinema busca recuperar su memoria y acercarla a las nuevas generaciones.

Origen y desarrollo del proyecto
Patxi Bisquert lleva tiempo trabajando para hacer realidad la película «Ombuaren Itzala/La Sombra del Ombú». Para financiar el proyecto se ha llevado a cabo un gran auzolan, contando con la colaboración de numerosas personas, municipios, asociaciones culturales y la red educativa. Gracias al apoyo de las instituciones y a la compra anticipada de entradas, el proyecto se ha hecho realidad, y desde noviembre de 2024, la película se está proyectando por toda Euskal Herria.

Temática y argumento de la película
La película se sitúa entre 1889 y 1910, durante los años más prolíficos de Otaño. En esa época, Otaño emigró con su familia a Argentina, donde escribió numerosos versos y poemas, y se ganó reconocimiento de la diáspora vasca. El ombú, un árbol característico de la pampa argentina, inspiró una de sus obras más conocidas, convirtiéndose en símbolo de la nostalgia del emigrante.

«La película «Ombuaren Itzala» ha enriquecido nuestra memoria colectiva, rescatando y poniendo en valor la figura de Pello Mari Otaño, así como su contribución a la cultura vasca.”

Producción y Distribución
La película se ha rodado en Zizurkil y Argentina, los lugares más significativos de la vida de Otaño. Su preestreno tuvo lugar el 30 de noviembre de 2024 en la iglesia de San Millán de Zizurkil, con la presencia de su director, Patxi Bisquert, y de Joseba Usabiaga, el actor principal, junto con otros actores y colaboradores. Actualmente, la película se está proyectando en diversas salas de Euskal Herria y, aunque aún no se han fijado fechas concretas, se espera que pronto esté disponible también en Iparralde.

La película «Ombuaren Itzala» ha enriquecido nuestra memoria colectiva, rescatando y poniendo en valor la figura de Pello Mari Otaño, así como su contribución a la cultura vasca. Este documental, realizado de forma colectiva, en auzolan, ha mostrado la fuerza y la colaboración de la comunidad para mantener vivo el legado de la cultura.

Otaño nos dejó este verso:

Ama euskerak hau esan zidan
jarririk begi alaiak.
Horregatikan nakar honera
berari lagundu nahiak.
Gutxi nezake, oso txikiak
dira nik dauzkadan gaiak,
bainan pozkiroz egingo ditut
gauak, egun, aste, jaiak;
leku pixka bat Euskal Herrian
eskatzeizuet anaiak.

Y gracias a Patxi Bisquert, Eguzki Art Zinema y a todas las personas que han apoyado el proyecto, su lugar en Euskal Herria está asegurado, incluso a día de hoy.